En nuestra cultura, la educación ha estado muy enfocada a dar por sentado que hay que hacer las cosas “bien” desde el principio y evitar hacerlas “mal”, esto es, EVITAR EL ERROR.
Reforzamos y valoramos las actitudes, acciones, pensamientos…que se consideran cómo “buenos” y, en cambio rechazamos, castigamos o regañamos cuando se consideran cómo “mal” o erróneos.
Te invito a reflexionar sobre esta idea que parece tan sencilla y evidente, pero que tiene consecuencias claras en nuestro funcionamiento.
Fijémonos que el error es un concepto construido como oposición al concepto de acierto y tiene las siguientes características: el concepto “error” se asemeja a lo “malo” y el concepto “acierto” a lo “bueno”, el “error” se asocia a lo “negativo” y el “acierto” a lo “positivo”, el “error” nos genera experiencia de frustración, decepción y el “acierto” de alegría y satisfacción, el “error” es perder y el “acierto” ganar…
Esto nos lleva consecuentemente a que, la mayoría de veces, las experiencias de error (equivocarnos) son entendidas como algo que debemos evitar, y así nos lo enseñan y transmiten desde pequeños. El hecho de integrar el concepto error como malo, desagradable y negativo, nos lleva inevitablemente, y sin darnos cuenta, a alejarnos de dichas experiencias y creer que no deberían ocurrir.
En la educación, esperamos de los niñ@s que se equivoquen lo mínimo en su proceso de desarrollo y que con solo decirles por dónde deben ir lo hagan sin rechistar, decimos: — es lo que les toca, hacerlo “bien”— .
Las creencias culturales que subyacen el juicio sobre si un niñ@ se porta bien o no, es decir, las valoraciones de si hace lo correcto o comete errores, están muy marcadas y poco revisadas.
De entrada, se entiende, portarse “bien”, cómo: nin@s que NO nos discuten ni confrontan, que NO requieren reto a la hora de ponerles límites, que acatan normas fácilmente, que mantienen una actitud socialmente deseada, niñ@s poco movidos, responsables, conscientes… Como padres, todo esto es lo que esperamos que hagan de forma natural, lo que consideramos adecuado y bueno, y si no lo obtenemos, a menudo nos podemos sentir frustrados y a menudo juzgamos e infravaloramos al niñ@ e incluso condicionamos nuestras muestras de afecto y amor.
A medida que vamos creciendo, integramos la idea del bien y mal, según nuestro contexto (social, cultural, familiar…) y en función de nuestras experiencias, sin plantearnos más allá, pero ¿Qué quiere decir bien y mal?
“El bien y el mal” es un constructo* de juicio, como tantos otros, creado por el ser humano e influenciado mucho por la religión, para organizar las actitudes y/o acciones y guiarnos en una sociedad que pueda convivir, funcionar y evolucionar.
A veces, aquello que ponemos en esta categoría, dentro del saco bien o mal, es funcional, y nos ayuda a entendernos, se adapta a las circunstancias y es saludable para nosotr@s porque es una buena guía y una herramienta útil dentro de cierto contexto. El problema es que esto, no siempre es así, a veces estas creencias son disfuncionales y difícilmente nos planteamos revisarlas y actualizarlas.
Para que se desarrolle el constructo “bien/mal” de forma funcional, (entendiendo bien como útil, saludable y adaptativo) tiene que ser experimentado, puesto en práctica múltiples veces, vivir las consecuencias reales a través del ensayo-error, es decir, tiene que pasar por un proceso de construcción desde el aprendizaje experiencial.
Esto es, para construir el propio concepto de error (lo que consideramos cómo bien/correcto y lo que consideramos como mal/error) de forma sana y útil, hace falta cometer “errores”.
¿Cómo influye esto en nuestra manera de entender el error?
Teniendo en cuenta lo dicho, hemos integrado, mayoritariamente, el concepto “error”, sin plantearnos demasiado, que esto lleva a una percepción equivocada que a menudo nos trae dificultades y nos perjudica en nuestro desarrollo y adaptación.
En consulta, observo diariamente la consecuencia des adaptativa que lleva esta forma de entender el error. Por ejemplo, nos evoca a una mayor exigencia con nosotros y con los de nuestro entorno, buscando la perfección y generando tensión, control y presión en nuestras decisiones y acciones para intentar no cometer lo que consideramos errores. Incrementa la intensidad emocional desagradable ante situaciones consideradas prematuramente como error, aumentando por ejemplo la crítica o autocrítica, la frustración y disminuyendo la tolerancia y la capacidad de dicha gestión emocional. Favorece la perdida de libertad para ser honestos (”no diré que me he equivocado para no ser juzgado”) dificultando a la vez la aceptación de nuestras limitaciones (que pueden ser consideradas como error y juzgadas) y, por ende, dificultando el desarrollo personal y la autoestima. etc.
No quiero perder de vista, que es saludable y reforzador para avanzar, la emoción de satisfacción que sentimos cuando experimentamos que “acertamos”, que nuestras acciones son funcionales, útiles, dan resultados esperados, se ajustan a nuestras expectativas y van en la dirección de nuestro propósito. Entonces, entiendo que requerimos de una categoría que nos marque el camino hacia donde debemos ir para la consecución de los objetivos, la funcionalidad, el bienestar…. Ahora bien, ¿hace falta conceptualizar el error de una forma tan polarizada? ¿Es la mejor opción? ROTUNDAMENTE, CREO QUE NO. EXISTE OTRA ALTERNATIVA.
El error es necesario para el cambio, la evolución y el progreso. Gracias al error hay aprendizaje, motivación, la aceptación de nuestras limitaciones, el desarrollo de la tolerancia, entre muchas otras.
Entender el error como algo que nos ayuda, positivo, INEVITABLE y que forma parte de nuestras vidas es un concepto de error que todavía, a día de hoy, requiere ser más extendido. Una buena manera de impulsar este cambio de comprensión es la forma en que educamos.
*Creencias, pensamientos, ideas construidas de lo que es considerado, evaluado como bien hecho o correcto y lo que es valorado como mal e incorrecto (ERROR). Estas creencias son sociales, culturales, familiares i/o personales según el contexto dónde hemos crecido y las experiencias que hemos vivido.
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