El entramado de las mentiras

Cuando mentimos construimos una realidad alternativa distinta a la que realmente percibimos; la acompañamos con nuestra actitud y comportamiento para hacerla creíble y también la complementamos con creencias que sustentan y dan coherencia a dicha realidad.

Mentir bien, requiere un ejercicio de inteligencia, memoria e incluso creatividad, es algo difícil ya que si confundimos las dos realidades (la que percibimos y la que inventamos) perderemos la coherencia y la mentira será descubierta. De ahí la frase: “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”.

¿Quién no ha mentido alguna vez? Está en la condición humana desarrollar esta “habilidad”, ya que tenemos la capacidad metacognitiva de pensar sobre lo que pensamos; y si, en un momento dado, sabemos que lo que pensamos o sentimos no es aceptado o puede poner en riesgo nuestra supervivencia, podemos usar dicha “habilidad” para sobrevivir.

De hecho, aprendemos a mentir des de pequeños probando y experimentando para intentar cubrir necesidades e intenciones con el menor esfuerzo, vamos descubriendo cómo funciona nuestro “micromundo” y dónde están los limites. Dependerá de la educación, de lo útil que nos haya sido mentir y de la consciencia de las consecuencias; entre otras cosas; que de adultos, adoptemos una postura más o menos mentirosa.

Se puede entender que existen muchos tipos, niveles e intensidad de mentiras. Por ejemplo: un niño puede mentir diciendo a su madre que le gusta mucho la comida que le ha preparado, cuando simplemente encuentra la comida “comestible”. O uno puede mentir en el trabajo cuando se conforma con las vacaciones que le han impuesto sin decir a nadie que le parecen injustas. Omitir o no ser 100% sincero en todo momento se podría considerar que es mentir, pero todos sabemos que actuar así en nuestras relaciones no siempre és possible ni la mejor opción, ni para nosotr@s ni para los que nos rodean.

Entonces, hay que diferenciar entre un no ser 100% sincero en todo momento; es decir, una mentira trivial, concreta, “piadosa” sobre algo lejano a nuestros valores; la que nos puede ayudar para adaptarnos a un contexto o situación particular y una MENTIRA , en mayúscula, que choca frontalmente con nuestras principales creencias y es incompatible con nuestro sentir, la que, sino antes que después, nos va a traer y acumular muchos problemas.

Dicho esto, aunque a veces és difícil diferenciar entre esta actitud adaptativa y la de mentir de forma insana, en este articulo quiero ofrecerte una reflexión sobre las consecuencias i relaciones de ésta última, para ayudar a conocerte mejor y distinguir dicha diferencia.

Cuando mentimos, al inventar otra realidad, automáticamente creamos un choque de esquemas mentales, a menudo incompatibles, que generan una confusión; hasta el punto de engañarnos a nosotr@s mism@s creyendo nuestras propias mentiras sin ni siquiera ser conscientes de ello, llegando a desdibujar nuestra verdad y por extensión nuestra identidad.

Cuando las personas vivimos en conflicto durante cierto tiempo aparecen consecuencias de malestar emocional, cómo tensión, incomodidad, incomprensión y inseguridad…, que si no resolvemos, pueden desencadenar en síntomas psicológicos e incluso enfermedad.

Mantener una mentira requiere mucha energía, atención y memoria que nos puede conllevar un desgaste mental i físico, que además se puede hacer permanente, porque la invención puede requerir de otra invención, sin encontrar fin (una mentira lleva a la otra); limitando así nuestra libertad y convirtiéndonos en rehenes dentro de una celda cada vez más pequeña. Disminuimos la libertad para decir lo que realmente sentimos o pensamos, alejándonos y desconectándonos de nuestro verdadero ser, de nuestra esencia y de lo que necesitamos, perdiendo nuestra capacidad de escucharnos y por ende, de adaptarnos.

Al mentir, no aceptamos ni respetamos nuestra forma de ver el mundo, de pensar y de sentir y nos estamos diciendo que no está bien sentir así, por consiguiente no aceptamos parte de nosotr@s y estamos juzgando nuestras creencias y nuestro sentir, lo que se traduce en cierta forma de autoflagelarse, perdiendo autoestima y autoconfianza. Además, mintiendo no hacemos frente a los prejuicios, miedos e inseguridades que hay detrás, por lo que éstos nos ganan terreno.

En las relaciones, la perdida de confianza y la imposibilidad de establecer relaciones autenticas profundas y satisfactorias, son las principales consecuencias. La mentira en la interacción genera en el receptor que infravalore la palabra del que miente y a la misma persona, el que miente se puede sentir inferior, culpable y rechazado, sobre todo cuando la mentira es descubierta. Además, en las parejas las mentiras fomentan las dinámicas de control y dependencia. En grupo, cuando mentimos perdemos la capacidad de autoridad, influencia y/o “liderazgo” y el atractivo o carisma que nos podría llevar al éxito social, laboral y personal.

¿Si mentir no nos ayuda a largo plazo, por qué seguimos haciéndolo?

Detrás de la mentira puedo haber muchas motivaciones, la mayoría de las veces inconscientes.

Cómo hemos dicho, empezamos a mentir, en edad temprana, para conseguir ciertas cosas (concretas y prácticas) o evitar ciertas responsabilidades o consecuencias de castigo o represalias. Si nos quedamos en una edad inmadura, podemos seguir de adultos mintiendo por las mismas cosas.

El miedo a dar una imagen predeterminada y no ser aceptados por el grupo (o por el otro) és una de las principales causas. Vivimos llenos de prejuicios, de pequeños nos han enseñado a categorizar las cosas en bueno y malo; en bien y mal; si aquella realidad que vivimos (percibimos) la consideramos en la segunda categoría puede que nos sea fácil mentir para no correr el riesgo de ser juzgados y excluidos; evitando además el sentimiento de vergüenza. Somos seres sociales que necesitamos sentirnos integrados y reconocidos por el grupo, sentir aceptación y validación está en nuestro ADN. El miedo de correr este riesgo, dependerá de nuestra propia validación y aceptación hacia nosotr@s mism@s, y del grado de dependencia emocional en nuestras relaciones. A veces, llegamos a justificarnos que mentimos para no hacer daño al otro. “Las verdades duelen” es una frase que nos ha calado cómo sociedad, y puede ser cierto, pero a largo plazo nunca duelen más que las mentiras.

A veces, hemos entrado en una dinámica y simplemente seguimos mintiendo para mantener mentiras anteriores y no perder la coherencia, llegando a automatizar la conducta y generalizarla en distintos ámbitos de nuestra vida.

Hay otras mentiras, que hasta nosotr@s nos creemos porque no estamos preparad@s a afrontar y aceptar una verdad demasiado dura (impactante) o opuesta a nuestros principales esquemas mentales. A menudo, en estas situaciones, construimos pensamientos de autoconvencimiento para intentar mantener esta mentira como una verdad. Es el caso de cualquier tipo de negación cuando perdemos de repente a un ser querido.

Si nos fijamos, en general, mentimos para evitar algo (que no queremos hacer, que no nos gusta, no podemos aceptar, algo que creemos que nos hace daño o no es bueno…) y mintiendo es justamente cuando más incrementamos el riesgo de provocarlo. Somos los más perjudicados de nuestras propias mentiras.

La mentira es algo que esta en nuestras vidas y es interesante tener presente lo que hay detrás, tanto para conocernos mejor y no caer en sus trampas cómo para gestionar bien cuando nos mienten; pero esto último ya es otro tema para reflexionar.

 Gemma Vidó Psicòloga Integradora col.16184

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